BLA BLA

viernes, 26 de junio de 2009

A los sies del ayer.

Solía comerme los chanchitos de tierra,
jugaba a explorar, una independencia,
no me daba cuenta. Lo disfrutaba.

Calcetas con blonda. Zapatitos negros de charol,
mi pelo bien peinado,
cola de caballo. Así es.
Jardinera a rayas; buena combinación.

Tardes del noventayocho,
colocaba mi cassette; coreaba al son de palmas.
Uno dos y tres.
Saltando y girando, manos a la cadera, la pequeña coqueta.

Al resfalar, más no pedía, solo crayones recibía.
Me gustaba pintar. ¿ Me gustaba?. No. Me gusta, me gusta.
Una hoja, dos hojas, hasta cinco podía rellenar,
cada creación se las regalaba a mi mamá.

Debía ir a la escuela, me quedé en el jardín.
Coleccionaba recuerdos, era peleadora con niños.
El robot de legos es mío, tuyo jamás será.
Contra la pared lo dejaba. Me iba castigada,
pero aprendía. Jamás se olvida.

Jugaba a la pelota, no con muñecas,
observaba construcciones y no maquillajes.
Tom y Jerry, eran mis favoritos,
con el club de los tigritos.

****
Con el helado de lúcuma, mi jardinera manchaba.
Cambio a la tenida rosada, me hacía cachitos.
Insisto, buena combinación.


Noches fantaseosas.
Sueños entrantes, un cuento; es deleite,
cierro los ojos, me acobijaba.
Mi osito también.


Hoy día repito el ciclo, lo diferente ahora igual es.
Nilña de algodón siempre seré.

lunes, 22 de junio de 2009

Chiste de ciudad

Lector, lector. En clases estoy. La ociocidad me mató. Já.
No aguanté más y algo quise subir, algo cotidiano sería. Saludos desde mi establecimiento.


Hace tiempo no me aparecía por el centro de la ciudad. Todo parecía nuevo para mí desde entonces.

Sentía que mis ojos se salían, observaba todo con más lujo y detalle, como si fuera por primera vez que viera tanta humanidad a mi paso. Era raro estar parada en un punto determinado por mi decisión cuando percibía con negación el sonido de mi entorno. Eso me gustaba más y me hacía ser más detallista a la hora de reiniciar mi paso.

Vi la hora, eran las dos de la tarde con cuatro, justo recordé que la razón del por qué me encontraba ahí, era porque debía comprarme un accesorio, quizá era por ociosidad. Ya no podía devolverme, ya estaba ahí y me atraía localizar todo lo que estuviese a mi alcance.
Luego de unos minutos mi misión ya había concluido, por lo que decidí ir a una zona silvestre y descansar unos instantes.

Era algo tentador lo que podía localizar, de hecho tuve ganas de pronunciar las cosas que mi mente gritaba sigilosamente, como un tipo de divulgación colectiva. Más aún mis oídos complementaban; escuchaba voces que realmente me daban risa y alegraban mi día.
Me quedé estancada observando y escuchando me dejé llevar:

Unos señores de la construcción, con trajes de un anaranjado fuerte (como para jugar a la escondida, já) pasaron por mi lado, mirándome con caras bastante extrañas. Uno se mordió los labios, otro me lanzó una especie de beso, algo raro fue, pero no analicen mucho eso, quizá que significaba, me dio risa, y más aún una carcajada saqué cuando escuché dos voces que gritaron “Dios la bendiga mijita”.
¿Qué Dios me bendiga? (ah, se me olvidaba los tipos empezaron a hacer sonidos agudos con sus labios) que halago el que me dijo. Muchas gracias.

Una muchacha no más alta que yo, junto a un hombrecito, me llamaron más la atención. Su atuendo, poleras rotas a rayas, pelos pintados, ojos muy marcados, pantalones a bajo las caderas. Se gritaban cosas tan incoherentes, el tipo le tiraba el pelo y le decía frases irrisorias y la muchacha le tiraba escupo, los miré con felicidad porque me hacían reír.
No sabía que el circo en plena calle era gratis y de tan buena calidad. Se los agradezco.


Ya se me hacía tarde, partí el vuelo a mi hogar. Sin dudas algo más sacó una carcajada de mi encuentro con la enorme ciudad:

En el semáforo todos esperaban para que se mostrara el verde. Había aproximadamente treinta personas a la espera. Todos con la misma cara de colapso, todos con la frente sudada, todos mirando el semáforo, y cuando por fin tocó verde, todos al con pasos apresurados y cortos empujándose, como una especie de marcha, desciendo palabrotas al mismo tiempo, al son del paso verdoso del semáforo. Y cuando se pone nuevamente roja la luz, la manda enorme que intentaba cruzar paró sorpresivamente, como si se les tocara un silbato, o como si tuvieran un chip de apagado, o time off.
Jamás creí que la parada militar fuera tan excelente y que fuera de libre vestimenta. Se ganaron un aplauso, gracias.


No sé que tiene mi entorno que es tan divertido. A lo mejor es la costumbre que adquirió mi pensar con respecto a las estupideces que ocurren en la enorme ciudad.
O quizá yo amanecí con la cabeza alegre, como para reírme hasta de lo más cotidiano y normal de la vida.
¿Ando al revés?.





domingo, 14 de junio de 2009

Una Carta

Sigo sin saber que hacer.

Ya ha pasado mucho desde que llegó. Un caminar tan simple y coqueto, su pelo castaño, ojos almendrados con delineado rojizo, labios carnosos y bastante formados. Fue ese día lunes, en el mes de Marzo, que tocó mi hombro preguntándome si yo pertenecía a su salón; como es el destino que fue certero, porque ella era la nueva, la nueva mujer perfecta que entró a mi corazón.

Me costó asimilar los hechos desde un principio, llevo toda mi vida cuestionándome todas las cosas que me dicen, me considero una persona seria, un poco extrovertida con mis cercanos, soy correcto (odio la mediocridad), me gusta el helado de lúcuma y estudio fotografía.

Luego de su pregunta amistosa, fuimos caminando juntos al salón, estaba demasiado nervioso como para responderle algo más complejo, porque solo le dije “sí, venga”. Sensaciones extrañas desde ese minuto hasta hoy, mañana y pasado. Es extraño. Lo sé

Soy pésimo tratando de escribir como me siento en verdad, el dolor crece constantemente, sobre todo las veces que he soñado con ella. Son ansias imaginativas que anhelo profundamente vivirlas y solo con ella, pero hay muchos obstáculos que me hacen reflexionar y sentir que soy un hombre realmente patético. Dentro de las barreras que puedan haber entre los dos, está la diferencia de sabiduría, experiencias, edad (yo tengo diecinueve y ella veintiocho). Desde que inició ese intercambio de palabras conmigo, no dejo de mirarla, de buscarla, tener encuentros “casuales” con ella, hablarle de la vida, conocerla más, es todo un ciclo de conocimiento, y para ser sincero, me siento ligado a ella. Trato de ser discreto a la hora de dirigirme, soy siempre respetuoso, pero me cuesta mucho tratarla como tal, “una profesional que es”, hay veces que incluso quiero llamarla por su nombre, pero sé que saldría perdiendo la confianza que se ha generado. Ya son casi cuatro meses desde su existencia, pero no creí que esto me afectaría de manera que podría llegar hacer cualquier cosa por tenerla entre mis brazos, dedicarle palabras bonitas. Esperarla, regalarle flores, salir con ella, ir a dejarla a su casa, besarla como novios felices, etcétera. Pero todo lo hermoso que planeo se cae a la basura, a lo imposible, inalcanzable y me siento asqueroso.

Ella no está sola. Tiene a alguien, eso me agobia, me voy debajo un puente y trato de componer sensaciones únicas para luego cantárselas, como un pobre vagabundo en busca de un hogar, claro que yo no quiero un hogar, quisiera estar en algún lugar de su espléndido corazón. Son muchas las ocasiones que debo aguantarme las ganas de llorar en frente de ella, suele hablar con su amado al frente de mis narices y eso me desespera, y cuando hizo eso por primera vez, sentí el primer síntoma de mi estado, los escalofríos. Éstos que desde esa oportunidad me acompañan noche y día, que no dejan movilizarme ni concentrarme, mi piel se pone tosca y fría, siento ganas de vomitar, y me pongo más débil de lo habitual.

Suelo ser muy notorio a la hora de enojarme o ponerme triste, detesto aparentar. De partida no soy actor y segundo encuentro estúpido fingir que estoy bien, cuando en realidad me estoy desintegrando.
Los días siguen pasando, las horas conjugan los minutos que he pensado en ella, ya llevo diez minutos haciéndolo y en el primer mes de conocerla, no llegaba recordándola como ahora. Sin embargo sufro condenado. Siento que no le importo en lo más mínimo y más rabia me da escucharla decir “te amo” a ese tarado, que me dan ganas de aniquilarlo, pero loco no soy. Tengo compostura y un orgullo que cuidar. Hay veces en que trato de decirle sigilosamente lo mucho que la quiero, que la necesito, de forma exclusiva para que no se entere de lo que siento, pero ella es demasiado inocente, o tal vez lo hace porque sospecha algo y lo hace para evitarme, o me tiene miedo y cree que soy un muchacho sicópata en busca de un amor obviamente imposible. O solo porque no le importo y punto final. Ya no sé. Me siento tonto, débil, vacío, asqueroso, feo, infantil por tratar de conquistar a una mujer comprometida, me siento el malo de la película, pero para que andamos con cuentos, nadie me mandó a enamorarme de ella.

Quien lea esto que redacto lo digo con suma sinceridad, no pretendo dejar asombro de lo que pueda pasar, solo sé que son años de espera y de soledad, los días son esclavizados por el gusto amargo de la visión, es una andar cotidiano que debo llevar hasta el final de mi carrera, claro que llevo tres semanas sin ir a la universidad. No puedo ir, no tengo fuerzas para seguir, he cometido faltas tontas, como irme a bares y beber hasta llegar a mi departamento con una cualquiera, hasta traje a un maricón, pero le vomité, eso me dio risa. Que asco.

Me he humillado lo bastante, siento culpa absoluta, y las horas pasan, mañana iré de nuevo a reencontrármela, pero ella no sabe nada. No puedo creer que aguante tanto, de todas maneras espero que algún día le llegue esto, claro si deseo mandársela, pretendo que mis cercanos lean ésta carta de pausa, de espera. Porque cuando me vaya, no habrán circunstancias en contra mío, lo único que recibiré será el castigo de no verla nunca más. Prefiero seguir sufriendo en secreto, pensándola cada vez más, con todas mis ganas, soñar con ella, y cantarle bajo el puente las mil y una melodías que he confeccionado para ella. Yo amo locamente a esta mujercita, a CLarís Subercaseaux.

El vagabundo en el puente; un puente tenue y sombrío, el de mi ser.

Les escribe Roberto Domínguez.