Ponte de rodillas y mira los callos
de mi pecho desproporcionado.
No corras por el mapocho
que te haces añicos, te haces más pequeña.
Invítame a una copa de ferné
que quiero amargarme la vida.
Y espero sentada ancianamente
con el pucho prendido, con las axilas sudadas.
No te cuento esta historia
por la ausencia de culpa en flor.
Y me despreocupo, ya que la tuya
se ha partido como labios de invierno.
He cerrado el hocico mi bella señora,
ahogándome en el aire que suelta
el perfume de una silueta abandonada.