BLA BLA

lunes, 22 de junio de 2009

Chiste de ciudad

Lector, lector. En clases estoy. La ociocidad me mató. Já.
No aguanté más y algo quise subir, algo cotidiano sería. Saludos desde mi establecimiento.


Hace tiempo no me aparecía por el centro de la ciudad. Todo parecía nuevo para mí desde entonces.

Sentía que mis ojos se salían, observaba todo con más lujo y detalle, como si fuera por primera vez que viera tanta humanidad a mi paso. Era raro estar parada en un punto determinado por mi decisión cuando percibía con negación el sonido de mi entorno. Eso me gustaba más y me hacía ser más detallista a la hora de reiniciar mi paso.

Vi la hora, eran las dos de la tarde con cuatro, justo recordé que la razón del por qué me encontraba ahí, era porque debía comprarme un accesorio, quizá era por ociosidad. Ya no podía devolverme, ya estaba ahí y me atraía localizar todo lo que estuviese a mi alcance.
Luego de unos minutos mi misión ya había concluido, por lo que decidí ir a una zona silvestre y descansar unos instantes.

Era algo tentador lo que podía localizar, de hecho tuve ganas de pronunciar las cosas que mi mente gritaba sigilosamente, como un tipo de divulgación colectiva. Más aún mis oídos complementaban; escuchaba voces que realmente me daban risa y alegraban mi día.
Me quedé estancada observando y escuchando me dejé llevar:

Unos señores de la construcción, con trajes de un anaranjado fuerte (como para jugar a la escondida, já) pasaron por mi lado, mirándome con caras bastante extrañas. Uno se mordió los labios, otro me lanzó una especie de beso, algo raro fue, pero no analicen mucho eso, quizá que significaba, me dio risa, y más aún una carcajada saqué cuando escuché dos voces que gritaron “Dios la bendiga mijita”.
¿Qué Dios me bendiga? (ah, se me olvidaba los tipos empezaron a hacer sonidos agudos con sus labios) que halago el que me dijo. Muchas gracias.

Una muchacha no más alta que yo, junto a un hombrecito, me llamaron más la atención. Su atuendo, poleras rotas a rayas, pelos pintados, ojos muy marcados, pantalones a bajo las caderas. Se gritaban cosas tan incoherentes, el tipo le tiraba el pelo y le decía frases irrisorias y la muchacha le tiraba escupo, los miré con felicidad porque me hacían reír.
No sabía que el circo en plena calle era gratis y de tan buena calidad. Se los agradezco.


Ya se me hacía tarde, partí el vuelo a mi hogar. Sin dudas algo más sacó una carcajada de mi encuentro con la enorme ciudad:

En el semáforo todos esperaban para que se mostrara el verde. Había aproximadamente treinta personas a la espera. Todos con la misma cara de colapso, todos con la frente sudada, todos mirando el semáforo, y cuando por fin tocó verde, todos al con pasos apresurados y cortos empujándose, como una especie de marcha, desciendo palabrotas al mismo tiempo, al son del paso verdoso del semáforo. Y cuando se pone nuevamente roja la luz, la manda enorme que intentaba cruzar paró sorpresivamente, como si se les tocara un silbato, o como si tuvieran un chip de apagado, o time off.
Jamás creí que la parada militar fuera tan excelente y que fuera de libre vestimenta. Se ganaron un aplauso, gracias.


No sé que tiene mi entorno que es tan divertido. A lo mejor es la costumbre que adquirió mi pensar con respecto a las estupideces que ocurren en la enorme ciudad.
O quizá yo amanecí con la cabeza alegre, como para reírme hasta de lo más cotidiano y normal de la vida.
¿Ando al revés?.





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