BLA BLA

viernes, 6 de noviembre de 2009

Nuestro secreto

Antes de correr, le acaricié sus labios por última vez hasta la semana siguiente. Hacía mucho frío ese día; los árboles se pegaban entre sí, las hojas distorsionadas, los pájaros no cantaban y siempre con mi bolsillo ocupado.

Descansé unos minutos en el trolebús que me llevaba a casa, los pasajeros notaban mi incomodidad, y ella por su lado se mareaba del aire somnoliento de las seis de la tarde. Introduje mi mano en la chaqueta y sonreí mientras podía observar lo que tocaban mis dedos.
En mi casa no había nadie, no escuchaba las vacilaciones de la pequeña demonia, ni el movimiento en la cocina de la amamantadora. Por fin estaba sola. Me cambié de ropa y guardé lo necesario en mi libreta y en la suya también.

Me llamó cuando las callosidades de mis codos rozaban la sábana de puntos coloridos, no me dejó hablar. Me preguntó si lo había visto, si lo había respirado y le respondí que respirarlo aún no podía porque era muy grande y me daba vergüenza. Le cerré sus ojos mientras yo cantaba y era mejor que cortáramos comunicación por unas horas, pero antes de dormir, vi mi libreta y ahí estaba. Brillaba como el sol que cae sobre nuestros cuerpos hoy en día.


No aguanté más y saqué una parte a la intemperie, pero detesto la gente, trato de abstenerme a sus comentarios que tratan de pasar desapercibido pero nunca les resultan conmigo. Sentí miedo como a otras veces, cuando estoy sentada en mi banco esperando recibir una nota digna, o cuando sueño atrocidades. Fue el mismo temor, y lo volví a guardar; quise acercarlo a mi pecho pero aún no era tiempo, sabía que debía esperar más.

Cuando terminé de fumarme el último cigarrillo, la llamé yo esta vez. Parecía nerviosa, descontrolada, inestable. Ya faltaba lo menos para vernos y entregarle la libreta y poner sus manitas congeladas y húmedas como los cubos de hielo en mi bolsillo. Cuando la llamada se terminó por la falta de necesitados minutos, sentí un vació. Fue algo inesperado en mí, como también el ligero aroma putrefacto que contenía mi chaqueta. Me tiré de pecho al pasto de de mi jardín y comencé a brotar mis brazos y espalda en lo silvestre y jugaba a soplar los dientes de león, pero el olor seguía. Preferí sacarme la chaqueta, pero ya era tarde.

Ella estaba algo fría y más blanca de lo habitual, tenía ganas de pegarme. Lo adiviné con solo mirar su pie haciendo ruido levantándolo y bajándolo. Tomó mis manos, me las puso sobre las de ellas y me las llevó a sus pechos. Luego yo llevé sus manos al bolsillo y ahí logre captar el olor que en cuestión de segundos había desaparecido.

Su libreta y la mía ya no guardaban nada, quería llevarse lo que tanto se deseaba por nosotras.
Y le prometí que jamás la dejaría.

No lo sacamos más a la vida ésta, permanece en la nuestra.

Uno solo.



Le dije Te Amo.



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