BLA BLA

lunes, 27 de junio de 2011

Un viernes de la señora Dasy

Hacía frío esa noche, aún más para la señora Dasy.

Había pasado un tiempo, el que ella misma ha de contar cada vez que recuerda la música de su despertador, pero un día cuando despertó, decidió salir a dar una vuelta, pero con la convicción que iba a estar acompañada. Organizó una fiesta de té con sus amigas (o al menos eso creía): Con Stella, la pintora, Juliana, la contadora y con Elianires, su vieja conocida de hace unos años atrás. Tomó con firmeza su pluma y les envió a todas una invitación para juntarse en el salón de té que quedaba a pocos metros del paradero principal de Domitila Street, quiso que fuera más o menos tarde, cercano a las once de la noche.

A lo días recibió respuesta de Juliana y Stella, ya que de Elianires la recibió de inmediato. Todas aceptaron gustosas. El panorama estaba armado, entonces, era solo esperar que ese día viernes veinticuatro de 1947, colocaran su presencia elegante y no envidiable, en los cómodos asientos de dicho salón. La señora Dasy estaba entusiasmada, solo pretendía regalar una velada confortable a su grupo, hablar un poco de otras cosas, con el fin de sacar conclusiones de una vida diferente a la que estaba pisando. Sin embargo, jamás pensó que justamente ese día, viviría con todos sus sentidos esa vida diferente.

Ya a las ocho de la tarde, del día del encuentro, la señora Dasy tomaba un baño en su tina que se le había heredado su abuela paterna. Se la regaló para que valorara la limpieza que genera el deleitarse con dicha tina, decía que el agua emanaba destellos azules a la hora de evaporar, transformado cada friegue en la piel, una delicada y suave visión de lo que muchos querían portar en el cuerpo, sobre todo en el cuello: Lapislázuli.

Tuvo que haber sido cierta la historia contada por su abuela, porque la piel de la señora Dasy era hermosa, y su cuello tan resplandeciente, con un perfume no de la elegancia, pero era un perfume que todos sabían que era propio de ella. Muchos recordaban su presencia como aquella mujer, con el cuello blanco, y de rico olor, que se incrustaba en el color de sus labios pequeños como una cereza. Era deseable, muy deseable decían, pero nadie se atrevió en hacerlo notable jamás.

Mientras terminaba su baño, recibió una carta de Stella, diciéndole que Juliana tenía una tristeza tremenda a causa de su hijo menor, ya que había huido de casa con la prostituta de su barrio.

Eran cerca de las nueve y media, cuando la señora Dasy leyó aquello.

Al acabar su lectura, se dio cuenta que dentro del sobre había un manuscrito bien pequeño, casi para pensar que podría no ser percibido por la señora.

Ya se hacía tarde, y decidió leerlo cuando ya fuera de camino al encuentro. Desde su casa se demoraba cerca de una hora, por lo tanto, debía apurar un poco su trajín.

Al salir tomó un taxi que no tardaría más de cuarenta minutos en llegar al paradero. Mientras iba en camino, miraba a través de la ventana las luces de las calles, de las casas, del cielo. Siempre le ha gustado la noche a la señora Dasy, decía que le fascinaba ver la maravilla de la luz al anochecer. Concluía que la fantasía de las ampolletas lograba transmitir la naturalidad del paisaje, en cambio el penetrante rayo de sol alumbraba todo, pero no tenía otra función, le fastidiaba.

Recordó de pronto, el manuscrito de Stella, metió su mano congelada en su abrigo, prendió la luz que se encontraba en el centro del techo del taxi y leyó:

Sé que no leerás esto de inmediato, pero además de cumplir con informarte del caso de Juliana, yo tampoco podré ir, sé que es a última hora, que debes estar por llegar, y te aviso que yo no asistiré, debo terminar un cuadro que debe ser enviado a Mexico, al taller del señor Rivera mañana por la mañana, y estoy jugando mi talento en esto.

Lo siento, pero sé que no estarás sola. Diviértete.

Cariños.

Stella.

La señora Dasy no se extrañó, ni se colocó de alguna forma peyorativa, solo bajó el ventanal de la puerta del taxi, arrugó el manuscrito y lo tiró. No leyó el papel antes porque sabía desde un principio la farsa de este encuentro, pero supuso que al no recibir nada de Elianires, ella sí iría. No optó por cancelar el encuentro.

Ceca de las once de la noche, justo al pasar el trolebús, llegó la señora Dasy al paradero, se sentó junto a un guardia de Domitila Street y a un zapatero.

Pasaron tres trolebuses, pero en ninguno aparecía Elianires. Ya eran más de la once con quince, y el guardia le dijo a la señora Dasy que el último trolebús pasaba a las once con treinta, que después las luces se apagaban y la gente debía irse por el callejón Piotr para alcanzar algún taxi.

Comenzaba a bajar neblina, y la pobre señora comenzó a tener mucho frío, ya era tiempo de apagar las luces, y ella volteó hacia un costado para divisar entrecejo el salón de té que estaba iluminado. Pasó el último trolebús y, como debemos entender, su querida conocida jamás llegó.

La señora Dasy entendió que podría estar perdida..

No tenía idea dónde estaba, solo sabía cómo llegar al salón de té porque la habían llevado desde niña, siempre la iban a buscar, pero desde que George, su chofer, murió, se las ha tenido que arreglar sola, y al ser una ocasión especial, decidió invitar a las demás a su preciado salón de té, pero estaba en medio de la nada, completamente sola. El zapatero había tomado uno de los trolebuses que pasaron antes de la hora final y el guardia despareció entre otras calles.

La señora Dasy no andaba ni con cigarrillos para calmar la soledad, comenzó a tener miedo, un miedo que jamás había pasado por su cuerpo, miraba para todas partes, aún siguiendo sentada en el paradero. Miró a su alrededor y solo sentía cómo la envolvía la neblina de esa noche. Sacó su pañuelo para sacar las lágrimas que le borraban el maquillaje, porque pensó en las miles de cosas horrorosas que pueden pasar en una noche, pudo haber llamado a alguna puerta, pero no se puede confiar en extraños.

Sintió que su cuerpo se iba, y fue entonces cuando retomó la costumbre de haber sido protegida por su prometido Nathan que ya no estaba con ella, pero de todas formas para distraer el temor, lloraba su nombre a gritos mientras trataba de circular la calle apagada. Caminó al salón té, al fin, pero no quiso entrar, toda la gente la conocía y jamás había entrado sola, sintió vergüenza, así que siguió de largo su camino.

Mientras se entumía de miedo, sentó compostura y guardó sus lágrimas para llorar a Nathan en una ocasión menos congojosa, trató de ver más allá de lo que se podía, y desvió su paso recto a un callejón.

Escuchaba gatos, y perros, bebés llorando, y a una señora que cantaba un blues diciendo en cada segundo "Landstyle my dear, is the way that we live, Landstyle, is the best place for us"

Se grabó esa parte de la voz suave de la señora cantora, y seguía su paso lento y desorientado. Miró hacia una esquina un poste de luz deteriorado, fue entonces cuando recordó su niñez, y se vio a los doce años con su padre caminando por aquella calle, donde su éste le compró un caramelo en la calle siguiente llamada Landfeel.

Volviendo a sus cincuentaydos años, la señora Dasy logró calmarse, fue deprisa a la calle de sus memorias, y efectivamente era Landfeel, y era justamente la calle que daba paso al callejón Piotr, directo donde daba salida a los taxis.

Llegó como pudo al final de dicho callejón, tomó un taxi y se vino a casa. Cuando llegó, no hizo más que pensar en cómo hubiera sido el haber estado con esas mujeres en el salón de té. No habría vivido el miedo real que vivió esa noche, pero por sobretodo jamás hubiera llamado como no lo hacía hace tiempo a su querido Nathan.

A pesar de haber quedado plantada, le gustó comenzar así su diferente vida.

Eso sí, al día siguiente mandó notas a sus buenas acompañantes, con más énfasis a Elianires, diciendo, que lo pasó estupendo y que no se molestaran en esperar otra invitación.

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